Semblanza Profesor Dr. José García Castellanos
SEMBLANZA PROFESOR DR. JOSÉ GARCÍA CASTELLANOS
Por el Prof. José M. Araya
Consagró su vida a la cirugía y a la docencia. En 1996 la Asociación Argentina de Cirugía lo distinguió como “Cirujano Maestro” y el 21 de octubre de 1998 la Asociación de Cirugía de Córdoba lo designó también “Cirujano Maestro”, como figura señera de la cirugía de la provincia y del país. El 11 de mayo del año 2011 la Facultad de Medicina de la Universidad Católica de Córdoba, le otorgó el diploma de “Profesor Fundador de la Cátedra de Clínica Quirúrgica” de dicha facultad.
El mejor homenaje que podemos tributarle es la transcripción del discurso pronunciado por el Prof. Dr. José Maria Araya, uno de sus más antiguos discípulos, con motivo de la distinción referida en el año 1996. En ella encontraremos la semblanza de su “maestro”, con entrañado afecto que consideramos es digno de ser compartido.
“Cirujano Maestro”
La asociación de cirugía de Córdoba, a quien agradezco, me ha dado la posibilidad de dirigirles la palabra en este acto académico, en el que se ha designado con el título de “Cirujano Maestro” al profesor Dr. José Antonio García Castellanos.
Alto es el honor que para mí constituye su presentación, y muy honda la satisfacción, por tratarse de mi Maestro, al que me vincula, además de estrechos lazos afectivos desde hace más de treinta y cinco años, mi condición de ser uno de sus más antiguos discípulos de la catedra universitaria, en el hospital público y luego en la práctica privada.
Desde allí, he podido valorar en todas sus dimensiones sus sobresalientes condiciones, intelectuales, técnicas, morales y espirituales, que me permiten decir que es digno merecedor del título académico que hoy se le otorga.
Una fría acepción del diccionario define al “Maestro”, como aquel que enseña una ciencia, arte u oficio, y tiene el título para hacerlo. Pero, maestro es mucho más, es el que forma discípulos y deja una escuela y, por cierto, el Dr. García Castellanos lo hizo.
Decía Herrera Vega:
Tratad de ser maestro antes que profesor, profesores hay muchos, basta tener buena memoria, un poco de método y saber unir lo útil a lo agradable. El maestro es más que eso, es aquel que se da por completo a sus alumnos, que no conoce egoísmos y enseña todo lo que sabe, así solamente dejará discípulos tras de él.
Cinco siglos antes de Cristo, Hipócrates establecía en el primer párrafo de su famoso juramento: “tributare a mi maestro de Medicina el mismo respeto que a los autores de mis días”. Reverenciar al maestro propio es, para De Cos, no solamente natural, sino obligatorio para el médico.
Hoy me encuentro en la difícil tarea de presentar a mi Maestro.
Vivo una honrosa circunstancia, en la que debo intentar, con la humilde artesanía de mis posibilidades, el retrato de este hombre, tal como lo veo y a través de mi propio estilo.
Será una semblanza en la que inevitablemente se unirán mi capacidad de percepción de sus condiciones, con mi admiración, mi afecto, mi respeto.
Pido entonces vuestras indulgencias, amparándome en que, como señalara el gran cirujano Gosset: “Los cirujanos saben mejor obrar que hablar y escribir”.
Confío como decía Marañon, en que “Cuando las palabras salen del corazón, llegan al corazón”.
El Dr. José Antonio García Castellanos nació en Córdoba, el 29 de enero de 1910. Estudiante secundario del Colegio Nacional de Monserrat y de Medicina de la Universidad Nacional de Córdoba, de la que egresó en 1935. Durante su carrera universitaria fue Disector de Anatomía, y Practicante Interno Menor y Mayor del Hospital de Clínicas en el servicio de cirugía cuya jefatura ejercía entonces el Prof. Dr. Juan Martin Allende. En 1939 defiende su tesis doctoral y recibe el Titulo Máximo de Doctor en Medicina.
Su desempeño en el hospital público comienza como Médico Agregado al Servicio de Cirugía del profesor Juan Martin Allende. Su desempeño como Médico Interno del Hospital San Roque, Cirujano Mayor y Sub Jefe de Cirugia II, del mismo hospital.
Fue cirujano agregado del Hospital Rawson y durante casi veinte años Jefe del Servicio de Cirugía N° 1 del Hospital de Córdoba, desde 1955 a 1973, desarrollando una brillante tarea, creando el Colegio de Cirugía para graduados y propiciando luego el establecimiento de las residencias médicas en Córdoba y en el país, capítulo de sus trayectoria que destacare más adelante. Fue director del Hospital Córdoba en el año 1966 y Director de Hospital San Roque en 1979.
En la docencia universitaria, comenzó como Jefe de Trabajos Prácticos en las cátedras de Anatomía Topográfica y Patología Quirúrgica en la Universidad Nacional de Córdoba y Profesor Suplente en Clínica Quirúrgica. En la Universidad Católica de Córdoba, Profesor Titular de Clínica Quirúrgica desde 1960 a 1972.
Su participación en sociedades científicas también fue destacada: miembro fundador de la Sociedad de Cirugía de Córdoba, a la que llega a la presidencia en el año 1963, miembro de la Sociedad de Gastroenterología de Córdoba, de la que fue también Presidente en 1974, Presidente de las IV Jornadas de Cirugía de Córdoba en 1974, Presidente del 47° Congreso Argentino de Cirugía en 1976, Presidente de la Comisión Directiva de la Asociación de Ciencias Médicas de Córdoba y miembro correspondiente de la Academia Nacional de Medicina. Es autor de importantes trabajos científicos de la especialidad.
Como se podrá observar en esta apretada síntesis, la labor realizada por el Dr. Garcia Castellanos es intensa y meritoria, digna del mayor de los reconocimientos y orgullo de la cirugía de Córdoba.
Pero no son los aspectos biográficos y curriculares los que prefiero destacar, sino otra faceta que fue su obsesión, y a la que dedico sus mayores desvelos. La formación del cirujano joven a través del sistema de residencias médicas. El tema del entrenamiento en cirugía es tan antiguo como la cirugía misma. En los viejos métodos de enseñanza el cirujano novel debía cumplir con el proceso de formación a la vera del maestro, nutriéndose de su experiencia, familiarizándose paso a paso con los múltiples recursos del arte quirúrgico que veía y ayudaba a realizar, formando además su personalidad en el molde que le brindaba el ejemplo de su conducta. En la misma época, no pocos cirujanos de primer orden, que no disponían en los comienzos de la posibilidad de acercarse a un maestro, debieron optar por la alternativa de erigirse en verdaderos autodidactas, quedando librados a su propia iniciativa y clarividencia en la elección del buen camino. Sin embargo, la primera forma de aprendizaje era accesible a un número limitado de postulantes y era, por otra parte, un proceso de lento desarrollo. La segunda forma era obviamente insegura, propensa a peligrosos errores o mistificaciones.
Nuevos tiempos impusieron la necesidad de seguir otros caminos. Fue Von Langenbeck en Alemania quien desarrollo un sistema de enseñanza, en la mitad del siglo pasado, modelo usado luego por Halsted, cirujano de Johns Hopkins Hospital en Estados Unidos, quien fue el responsable de establecer las residencias en cirugía, tal como se conocen hoy.
En nuestro país fue preocupación de Asociación Médica Argentina, la creación y desarrollo de las residencias medicas hospitalarias que se iniciaron simultáneamente en Buenos Aires en 1957, en los hospitales Durand a cargo del Dr. Mario Brea, de Niños, a cargo de los doctores Capurro y Giannantonio, Rivadavia, a cargo del Dr. Norberto Quirno y en Instituto de Investigaciones Médicas, Hospital Tornú, a cargo del Dr. Alfredo Lanari.
El 30 de mayo de 1960, la Asociación Médica Argentina creo el Subcomité de Residencias Hospitalarias, dependiente del Comité de Educación Médica, organismo independiente de los poderes públicos que se encargaría de estudiar y proponer normas de funcionamiento de las residencias hospitalarias.
Córdoba, como siempre no podía estar ausente en estos aires renovadores de la educación médica argentina y fue mérito del Dr. Garcia Castellanos comprender la imperiosa necesidad de incorporar el sistema a nuestro medio. Concibió la idea de hacerse cargo del Servicio de Cirugía del Hospital Córdoba, la que se materializó en la creación del Colegio de Cirugía para graduados, oficializado por decreto del Ministerio de Salud Pública de la provincia en el año 1958 y cuyo fin, según sus propias expresiones, era la formación del graduado en las disciplinas quirúrgicas y la educación continua del mismo.
Fue el primer paso. Tres años después, la residencia médica comenzó a funcionar oficialmente, con la incorporación de cuatro jóvenes médicos. Nacía así la primera residencia del interior del país. Organiza, el Dr. Garcia Castellanos, en torno a ella, un servicio modelo de cirugía, ordenado y coordinado, para poder cumplir con igual eficacia su doble función: docente y asistencial.
Con el tiempo este servicio hospitalario adquiere los perfiles de una Escuela de Cirugía que estaría llamada a tener en el futuro una importante relevancia nacional.
Aquí empieza otra historia, la de un verdadero conductor, de un cirujano que se dedica a enseñar y que no solo transmite sus conocimientos adquiridos por el estudio y confirmados por la experiencia, sino también de un maestro, un mentor, un padre espiritual que comienza a dejar en el servicio de cirugía la estela luminosa e indeleble de su accionar, el sello de su carácter y los simientes de su enseñanza.
El Dr. Garcia Castellanos sabía que un servicio de cirugía tendría residentes solo si se daban las condiciones básicas: número de pacientes y operaciones, absoluta compenetración del Jefe del Servicio y de los médicos de planta, quienes deben tener respuestas técnicas y científicas de alto nivel.
Impone una férrea disciplina y todo el mundo entra en estado docente, prácticas de anatomía, ejercicio de técnicas operatorias en perros, rotaciones por anestesia, laboratorio, anatomía patológica, patología hidroelectrolítica.
Crea la sala de cuidados intermedios tanto de hombres como de mujeres, donde ingresan los pacientes en estado crítico o se efectúa el postoperatorio de aquellos a quienes se practicó cirugía mayor. Por entonces, no existían todavía las U.C.I.
Cada médico debía tener una copia de los seguimientos postoperatorios minuciosamente redactados, desde lo más simple a lo más complejo, encarpetados en biblioratos que uniformaba la cirugía bajo el sello del colegio. Nada quedaba al azar. Todo estaba perfectamente reglado.
Los médicos residentes eran distribuidos por el servicio de acuerdo a su antigüedad y un sistema de tipo rotativo por los distintos departamentos o secciones en que lo habían desdoblado: paredes y hernia, plástica y quemados, hígado vías biliares y páncreas, gastroenterología, oncología, cirugía endocrina, cirugía vascular periférica, o bien rotaban por otros servicios especializados del hospital, cabeza y cuello, ginecología, urología, tórax y cirugía cardiovascular.
Pero no solo exigió el trabajo quirúrgico, sino que también exigió el respeto por el enfermo.
Señalaba al joven residente que comenzaba a interesarse por la cirugía aquello que es propio e inseparable de la condición de cirujano, cualquiera fuera el aspecto bajo el cual se lo enfoque, analice o discuta. Que no somos nosotros sino el enfermo como persona humana quien desempeña el papel más importante en el vasto terreno en el que transcurre el drama quirúrgico. Y que es enfermo, en singular, la razón de ser de nuestra acción, el destino final de nuestro esfuerzo y, sobre todas las cosas, el único patrón a través del cual se ha de juzgar la validez o conveniencia de todo lo que hacemos.
Enseño y exigió responsabilidad médica, como forma de responsabilidad profesional, el deber de responder por nuestros actos. Enseñaba que su aprendizaje encuentra en la residencia el marco ideal, pues la planificación en forma progresiva no abruma, sino que estimula al joven médico a estar a la altura de sus crecientes compromisos, educándolo en el perfeccionamiento de sus conocimientos.
Como cirujano era callado, había que aprender cirugía ayudándole, o mirándolo operar. Pausado, metódico al extremo, muy reglado, pero no desperdiciaba un minuto en maniobras inútiles. En sus manos todo parecía sencillo, con una sencillez peligrosa para aquellos que sin base suficiente pretendían imitarlo.
De su personalidad se destacan carácter recto, reflexivo y severo, ética profesional estricta, conducta familiar, personal, profesional, universitaria, ejemplificadora. Independencia en el juzgar y hablar. Trato franco y amistoso. Tolerante pero intransigente con lo incorrecto. La firmeza de sus decisiones y su fuerte personalidad fueron siempre sus rasgos relevantes.
Parco en los elogios, siempre sostuvo que solo cumple con su deber quien va más allá de su obligación. Y en todo caso es la íntima convicción más gratificante que el reconocimiento ajeno. Su silencio era signo de aprobación y nos bastaba para sentirnos satisfechos.
“La cirugía no solo se aprende en el quirófano”, solía decir. Por eso había que asistir con rigurosa puntualidad y bajo su permanente presencia a la presentación de casos para operar, a los ateneos sobre temas bibliográficos, de morbimortalidad, oncología y otros temas, los días establecidos.
Las revistas de sala fueron siempre memorables, con juicio agudo y en ocasiones no exento de ironía, enseño a pensar, a realizar la observación razonada, a manejarse con un sistema de valores para el diagnóstico en el que se jerarquizan los signos y síntomas y se aplicaban los datos de la experiencia.
En 1973, en plena ejecución de esta obra y cuando más de cuarenta médicos residentes habían egresado y ejercían su profesión con excelencia esparcidos en todo el país, el Dr. García Castellanos decide su alejamiento voluntario por motivos que no es el caso analizar aquí.
El 29 de junio de ese año, sus discípulos, los médicos del servicio, y muchos otros, no reunimos para despedirlo y homenajearlo y entonces el Dr. Comaglia, Jefe de Residentes, decía en breve alocución:
“Lo sentimos maestro porque comprenderá que el aprendizaje debe efectuarse por la actividad del educando, porque comprenderá que el residente no es un estudiante que solo debe mirar para aprender, sino que protagonista en escena lo que debe hacer, por el afán de enseñar que tuvo siempre de modo integral sin mezquindades ni regateos y porque su labor hospitalaria es sinónimo y espíritu incontrovertible de las residencias médicas.”
Esa misma noche el Dr. Garibotti, en representación de los médicos del servicio y en relación al esfuerzo realizado en esos años, se preguntaba y decía:
“¿Por qué tuvo lugar esta lucha permanente? Nadie es capaz de explicarlo claramente, el colegio le insume a Garcia Castellanos el doble de tiempo que necesita para manejar el servicio y obtiene el mismo salario, crea mano de obra competente que podrá significar competencia. Al defender a su Colegio surgen enemigos. Al meditarlo se me ocurre que todo esto se debe a que Garcia Castellanos hizo la única revolución en la enseñanza quirúrgica en nuestro medio en los dos últimos decenios.”
Han pasado más de veinte años desde aquel día y más de ciento veinte residentes egresados testimonian que la labor no fue en vano, que la siembra fue buena y la cosecha abundante. El balance de la tarea realizada por el Dr. Garcia Castellanos es formidable. Los resultados son sus discípulos, diseminados en todo el país, que son testigos insobornables de su labor.
Los reencuentros que efectuamos a través del tiempo, han permitido comprobar que se mantienen lazos espirituales que nos unieron y supo trasmitir, y que el vínculo se asienta en el común denominador que es el reconocimiento a su figura de maestro. Esta es sin dudas su mejor recompensa.
Dr. Garcia Castellanos: desde mi ingreso al Servicio de Cirugía del Hospital Córdoba, como practicante y luego como médico residente, he seguido paso a paso su trayectoria, y en ocasiones he sido participe de sus éxitos, alegrías y también de sus sinsabores. Hoy, con motivo de esta ilustre distinción, comparto el regocijo de ese triunfo y el de quienes lo acompañan y reconocen sus altos merecimientos.